El presidente de Francia François Hollande está pagando el costo de la incoherencia de su política económica.
Cuando Hollande llegó al poder en 2012 estableció altos impuestos a los ricos y elevó el gasto público con el objetivo de promover el crecimiento. Esa política fracasó, pues sin inversión empresarial no hay actividad productiva ni empleo.
En enero pasado cambió el rumbo a su política. Anunció medidas de reducción de impuestos y de austeridad en el gasto público, y prometió que apoyaría a los empresarios para que estos elevaran su productividad y crearan nuevos puestos de trabajo.
Para alcanzar esa meta seleccionó el 1 de abril como primer ministro a Manuel Valls, quien es un abanderado de medidas que permitan la expansión de la economía privada.
Lamentablemente, el ministro de Economía Arnaud Montebourg es un defensor de las medidas anti-austeridad.
Esas dos visiones para enfrentar la crisis colisionaron cuando el ministro de Economía ofreció declaraciones recogidas en Le Monde, criticando la política y reformas económicas de Valls.
Ante esa confrontación y la manifiesta incoherencia del equipo económico, el gobierno en pleno renunció, por lo que Valls tendrá la oportunidad de seleccionar a nuevos ministros.
Por el bien de Francia, se espera que el nuevo ministro de Economía sea más racional y esté dispuesto a trabajar junto a su jefe por la recuperación económica, y en especial por la disminución del 10% de desempleo que castiga a los franceses.