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Lady Di y Audrey Hepburn: la subasta que nunca termina

Lady Di y Audrey Hepburn: la subasta que nunca termina

Kerry Taylor es uno de esos nombres que hay que mencionar al hablar de moda. No es diseñadora ni modelo ni bloguera/influencer/itgirl o similar. Es una experta en pujas que trabajó en Sotheby’s antes de fundar en 2003 la firma de subastas que lleva su nombre, radicada en Londres. Especialista en moda antigua y en tejidos, y afamada por despachar con éxito piezas del desaparecido diseñador británico Alexander McQueen, en sus subastas se puede hallar desde un par de medias de punto de color salmón del siglo XVIII con un precio estimado de salida de entre 1.000 libras esterlinas y 1.500 (entre 1.300 euros y 1.940) a una abrigo de damasco rosa de 1944 de Elsa Schiaparelli por entre 10.000 y 15.000 libras. Y los vende con los mismos rigor y ceremonia con los que antes liquidaba cuadros de Picasso.

En una nueva subasta que tiene lugar hoy, Kerry Taylor pone a la venta el sueño de muchas mujeres (y algún hombre): acceder a parte del vestidor de la actriz Audrey Hepburn y al de Lady Di, dos iconos fashion de nivel planetario. Todo ello trufado con vestidos de alta costura de los mejores modistos franceses de su tiempo (Paul Poiret, Gabrielle Chanel, Jeanne Lanvin, Christian Dior e Yves Saint Laurent), con piezas de los maestros españoles (Mariano Fortuny y Cristóbal Balenciaga) y con algún bolso tipo kelly de Hermès.

El vestido de la imagen anterior, listo para su venta.

De la princesa del pueblo (británico) salen a subasta tres vestidos: uno de lana con motivo de tartán de la diseñadora Caroline Charles, que la royal lució en los escoceses Juegos de Braemar de 1982; otro de seda turquesa de Catalina Walker que metió en la maleta para un viaje a Nueva Zelanda en 1983, y un tercero de terciopelo morado de noche firmado por Bruce Oldfield que llevó a una cena de estado en Portugal en 1987.

La Princesa Diana expresó su deseo de subastar todos sus vestidos. De hecho, el 25 de junio de 1997, dos meses antes de su muerte, la casa Christie’s celebró en Nueva York una puja histórica con vestimentas reales cuya recaudación se destinó a obras de caridad. Uno de los vestidos que cambió de manos aquel día fue el traje de noche de Oldfield, que Lady Di acompañó con una espectacular tiara de diamantes, regalo de la Reina Isabel II. Aunque la prenda se ha dejado ver en alguna exposición benéfica, nadie ha vuelto a lucirlo, al menos públicamente. Nadie osaría, quizá por respeto y porque Diana lo exhibió mejor de lo que nadie lo hará jamás.

Hoy sale de nuevo a subasta por un precio de entre 50.000 y 70.000 libras (entre 59.500 y 83.300 euros).

En cuanto a Audrey, la subasta incluirá un glamuroso sombrero suyo ideado por el francés Jacques Fath con plumas de gallo y un bolsito de mano a juego. “Estas piezas tan bien documentadas de las que disponemos hasta una fotografía de la famosa con ella son escasas. Hemos estimado que alcanzarán un precio que se moverá en una franja de entre 10.000 libras y 20.000, aunque en estos casos es difícil predecir, porque el valor de las piezas de celebrities se incrementa cada año”, señala un portavoz de Kerry Taylor Auctions.

En una subasta de este tipo, los trajes de las principales casas de alta costura del siglo XX ya desaparecidas, como la de Mariano Fortuny, Poiret, Schiaparelli y Vionnet (estas dos últimas, resucitadas), se revalorizan considerablemente. Y las conocidas marcas francesas e italianas Louis Vuitton, Prada, Chanel, Gucci, Yves Saint Laurent y Dior, que han marcado una época y se mantienen en el tiempo, también gozan de mucho tirón. Pero el factor que más puede encarecer una prenda es que haya abrigado a una celebrity. El famoso vestido blanco que envolvió a Marilyn Monroe en la película La tentación vive arriba (1955) es el más caro hasta la fecha. Se subastó en 2011 por 4,6 millones de dólares.

Kerry Taylor organiza unas cinco subastas al año. Como en convocatorias anteriores, hoy acudirán a sus oficinas londinenses coleccionistas en busca de rarezas en las que invertir y compradores que quieren vestir con un toque de distinción de otros tiempos. “Tenemos clientes que compran vintagepara ponérselo, pero en el extremo superior del mercado (es decir, el más caro) tienden a ser coleccionistas o instituciones”, dicen. Por sus salas circulan conservadores de museos de moda como The Museum at FIT, en Nueva York, y el Fashion Museum Bath británico, que se nutren de estas pujas para ampliar sus colecciones. Y que cada vez más se mezclan con anónimos que han recobrado en estos eventos la pasión por el lujo realmente exclusivo… aunque sea de segunda mano.

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